Lavanderas, modistas, obreras... la lucha de las iruindarras por sus derechos laborales
La lucha de las iruindarras por sus derechos laborales ha quedado recogida en ‘De la rueca y la huelga’, una investigación que analiza esta cuestión desde el siglo XVI hasta el XX y que ha sido impulsada por el Ayuntamiento de Iruñea.

La lucha de lavanderas, modistas, criadas, obreras, comerciantes... de Iruñea por sus derechos laborales ha sido recogida en una investigación impulsada por el Área de Igualdad del Consistorio y que ha sido realizada por Amaia Nausia Pimoulier, profesora de historia Moderna de la UPNA; Ana Díez de Ure Eraúl, historiadora feminista; y el historiador Paco Roda Hernández.
Como explican sus autores, ‘De la rueca y la huelga’ pretende «dar visibilidad a los oficios femeninos olvidados, desdeñados o, incluso, ocultados por el relato histórico tradicional». Y para ello, se han peinado el Archivo Municipal de Iruñea y el Archivo General de Nafarroa en busca de información relacionada con pleitos, expedientes municipales o de Policía Rural, además de recurrir a la hemeroteca.

Uno de los ámbitos en los que las iruindarras tuvieron que litigar para defender sus derechos laborales fue el mundo artesanal. En el estudio, se señala que en todos los estatutos gremiales «se recoge la excepción para las viudas de agremiado de tener la tienda y el taller abierto durante su año de luto y más allá de este año, si se contrataba a un oficial examinado o se legaba el negocio a un heredero masculino».
Es decir, esa regla ya indica que «las mujeres no podían estar al frente de un negocio artesanal sin un hombre a su lado que fiscalizase y tutelase su trabajo».
El empeño de las mujeres por mantener en sus manos el negocio tras la muerte de su marido fue uno de los motivos de los procesos judiciales en los que se vieron envueltas estas viudas y que tuvieron que ver con demandas de los acreedores de su esposo, la defensa de los intereses de su hijo como aprendiz o porque habían sido demandadas por mantener el negocio abierto más allá del año de luto.
La mayor actividad procesal en la que se vieron implicadas las viudas se registró en los gremios de plateros, zapateros, tejedores de lienzos y burulleros (tejedores de paños), seguidos de cuchilleros y pelaires (preparaban la lana para tejerla).

Esta conflictividad se hizo especialmente presente a finales del siglo XVII, con las mujeres al frente de sus obradores y tiendas «resistiéndose a abandonar los pequeños o grandes espacios de poder que todavía estaban en sus manos», peleando para no ser expulsadas del mundo artesanal».
Una mayor presencia femenina se registraba en el servicio doméstico, un sector que ocupaba al 25-30% de la población de la Iruñea del siglo XVIII. Ese volumen se tradujo en un gran número de pleitos en los que se vieron implicadas criadas, con un total de 238 y que abarcan diferentes motivos. Así, tienen que ver con denuncias por haber sido «estupradas», es decir violadas o engañadas con promesas matrimoniales para tener relaciones sexuales; por malos tratos por parte de sus amos y amas, acusadas por hurto y por cuestiones salariales.
Las criadas que servían en Iruñea eran en su mayoría jóvenes que acudían desde los pueblos a la capital «en busca de trabajo, experiencia y relaciones sociales». Dejaban el hogar paterno siendo casi niñas y, en torno a los 20 años, «regresaban con sus ahorros para contraer matrimonio con un joven de su localidad» o buscaban un esposo en su entorno laboral y terminaban convirtiéndose en «mujeres urbanas». La mayoría «sobrevivía con un trabajo mal pagado y precario que dependía de la honestidad del empleador».

La mentalidad proletaria de las lavanderas
Uno de los colectivos más reivindicativos era el de las lavanderas, que llevaban a cabo un trabajo «realizado históricamente por las mujeres» y que se desarrollaba en «condiciones muy exigentes», principalmente por la mala postura. En Iruñea hubo varios lavaderos ubicados en las orillas del río Arga y entre los que destacaba el de Arrotxapea, situado junto al puente del mismo nombre.
A mediados del siglo XIX, Iruñea contaba con «casi 150 lavanderas, cuyas edades oscilaban entre los 18 y los 75 años, y entre las que predominaban las solteras y las viudas.
Era un colectivo con «una mentalidad proletaria-corporativista», se destaca en el estudio, así que lucharon en numerosas ocasiones por su reconocimiento y por la implementación de mejoras de su espacio y condiciones laborales, hasta el punto de protagonizar una manifestación en 1915.
Uno de los principales ejes de conflicto era la amenaza de privatización de las orillas del río, espacio donde trabajaban y que fue una «línea roja« que defendieron estas trabajadoras.
Otras de sus reinvindicaciones tenían que ver con «la construcción de cobertizos para protegerse de las inclemencias del tiempo, luces que iluminen su espacio de trabajo en invierno y el uso comunal del agua». También plantearon al Ayuntamiento demandas relacionadas «con sus condiciones de trabajo y el uso y distribución de los espacios de lavado, colandería y secado de ropa».
Incluso figuraba «la exigencia de un espacio de cuidado y atención de sus hijos durante las largas jornadas laborales, que se concretó en la puesta en marcha del asilo Cuna del Niño Jesús en 1886, convirtiéndose así en uno de los primeros dispositivos de cuidado de menores que posibilitaba la conciliación laboral».
Como otros gremios de trabajadoras de Iruñea, se constituyeron en un sindicato, pero con el patrocinio de la Iglesia, con la consiguiente «ideología de corte caritativa y cargada de devotismo católico». Pese a que era un sindicato conservador, donde «la caridad suplía el derecho y la justicia social, posibilitó vinculaciones comunales y cierto grado de socialización de género».

Las obreras, con un salario un 50% inferior
También había iruindarras que eran obreras, un tipo de trabajo «escasamente considerado, que estuvo menos remunerado (más de un 50% inferior al de los hombres) y que fue usado como ejército de reserva en función de las necesidades de mano de obra del incipiente capital».
El trabajo de las mujeres en este ámbito se veía como «complementario y accesorio, se justificaba solo en periodos cortos de tiempo y se consideraba adecuado para jóvenes y solteras. El periodo de máxima actividad se situaba entre los 15 y los 30 años».
En el estudio se recoge el caso de la sociedad Argui-Ona, dedicada a la fabricación de lámparas incandescentes y en la que en 1906 trabajaban 72 mujeres, que cobraban 1,25 pesetas, frente a las 2,50 de los hombres.
En Calzados López trabajaban en 1903 un total 60 mujeres y niñas, que realizaban labores de guarnicioneras y otras tareas relacionadas con el cosido del calzado. Se declararon en huelga ante la pretensión de la patronal de rebajarles el salario y eso que cobraban un 48% menos que los hombres.
Una situación salarial parecida sufrían las 70 mujeres que trabajaban en Tejidos Galbete, aunque, en su caso, la diferencia era del 40,78%. En 1914 se llegaron a plantear ir a la huelga ante los recortes salariales.
Dos años más tarde, donde sí se hizo un paro fue en Trapería Extremera, cuyas obreras «se declararon en huelga debido a los bajos salarios y al impago de las horas extraordinarias». Se prolongó durante tres días y su impacto provocó que el Ayuntamiento interviniera en el conflicto. También se registró una huelga, pero en 1930, en Tejidos Guembe.

Un trabajo especialmente feminizado era el de confección textil, que se desarrollaba tanto en la propia casa como en talleres. En 1903, en Iruñea trabajaban 1.978 personas en industrias y talleres, con 284 mujeres, de las que el 94,4% lo hacía en el sector textil, donde suponían el 40% de la mano de obra. Pero era un trabajo que se hacía mayoritariamente en los domicilios, «lo que evitaba la proletarización».
En este subsector textil se produjo un aumento de la presencia de la mujer, que pasó del 21,1% en 1843 al 43,3% en 1930, «en un proceso de feminización que continúa hasta hoy en día».
En 1919, las obreras de este sector protagonizaron «una de las primeras huelgas así reconocida por sus propias patronas y el Ayuntamiento de la ciudad», según se recoge en ‘De la rueca y la huelga’.
Otro sector destacado tiene que ver con el de los cuidados y la medicina, donde figuraban sanadoras, curanderas, parteras y las llamadas enfermeras de la cárcel, que se encargaban de asistir a las personas presas en las cárceles reales de Iruñea. Eran unas mujeres que «se toparon una y otra vez con la intrusión de los hombres en oficios que, hasta entonces, habían sido femeninos».
A las comadronas se les exigía tener más de 25 años, «necesitaban certificado del párroco de buena vida y costumbres, hacer las prácticas con personas experimentadas y superar un examen».

Venta al por menor
En el estudio también se recoge el caso de las mujeres que se dedicaban a la venta al por menor, conocidas como recaderas y que en ocasiones se veían envueltas en procesos relacionados con agresiones, injurias o denuncias por la venta sin licencia o de algún producto prohibido. Se concentraban en los alrededores de la plaza Consistorial para ejercer su oficio. Cada una de ellas debía hacer un juramento de honestidad y tenían autorización para la venta de un producto.
Otros oficios vinculados a las mujeres fueron el de carboneras, con montañesas que vendían en el siglo XIX ese producto en el mercado instalado en la plaza de Recoletas, y el de cereras, pero «también había taberneras, cocineras, tenderas, recadistas, chocolateras, harineras, bolseras e incluso emprendedoras».
Sobre estas últimas, se indica que principalmente eran las viudas de comerciantes o empresarios de Iruñea. Entre 1886 y 1939, 95 mujeres emprendedoras decidieron fundar sociedades mercantiles en Nafarroa e invirtieron «sus herencias, ahorros o fortunas personales» en alimentación, textil, cuero y calzado, metal, madera, construcción, cerámica, cal y yeso.
Tras la guerra del 36, se agudizó el «efecto expulsión» que venían sufriendo las mujeres durante la época contemporánea en el ámbito laboral por parte de gremios y asociaciones, que «tratan de devolver a los hombres aquellos espacios que ocuparon siglos atrás».
Con la victoria de los fascistas, se registró una ‘vuelta al hogar’ siguiendo el papel asignado por el franquismo social a las mujeres, que regresaron a una ‘casilla de salida’ «marcada por unos roles de esposa fiel, cuidadora del hogar y maquinaria de reproducción».


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